El fallecimiento de Jaime Ortiz-Patiño el 3 de enero de este año ha marcado el final de una era. Nacido en París en 1930 en el seno de una de las familias sudamericanas más ricas de aquella época, Patiño pertenecía a una dinastía de mineros que controlaba no solo las minas de estaño de Bolivia, sino que con el tiempo llegó a controlar la mayor parte del comercio mundial de esta materia prima. Con su padre compartió la pasión por el golf que finalmente definió su vida y se convirtió en su mejor legado.
Jaime Patiño hizo su marca primero como jugador y luego, lo que es más importante, como el hombre que hizo el Club de Golf Valderrama, uno de los campos más prestigiosos de Europa. Cuando se hizo cargo del club en 1984, mejoró el diseño original de Robert Trent Jones y se hizo famoso por su constante tendencia hacia la perfección. Abundan las historias sobre cómo enseñaba a los jardineros a cortar el césped correctamente. Pero fue esta determinación lo que le ayudó a traer la Ryder Cup a Valderrama en 1997, un momento cumbre para golf en la Costa del Sol.
Al conseguirlo Patiño, que ha sido descrito por algunos como un hombre muy exigente, jugó un papel muy importante en el afianzamiento de Sotogrande como uno de los mejores centros de golf de Europa, y de hecho del mundo. Su casa, con vistas al Real Club de Golf Sotogrande, incluso tenía un tee-off “privado”, a solo unos pasos de su salón. Por muy duro y exigente que pueda haber sido, el amor que sentía Jaime Ortiz-Patiño por el golf y su aportación a este deporte son indudables.
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